domingo, 28 de marzo de 2010

Demonizar a Cuba

tomado de Rebelion:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=102975
Enrique Ubieta Gómez

El principal obstáculo que encuentra el imperialismo para derrotar a
la Revolución cubana no es militar, ni económico; es moral. De alguna
“inexplicable” manera Cuba conserva el prestigio internacional y el
consenso interno, pese al desgaste de medio siglo bajo los efectos de
un implacable bloqueo y de una sostenida campaña mediática en su
contra, pese al derrumbe –veinte años atrás--, y al descrédito, de un
“campo socialista” del que hoy se enumeran las manchas y se ignora la
luz. Los ideólogos de la derecha saben que ese prestigio moral
invalidaría cualquier victoria militar o económica sobre la Isla: en
política la única victoria posible es cultural. Lo demás puede
llamarse ocupación, asfixia, imposición; y todas son variantes que
posponen la victoria del supuesto derrotado. Por eso se han lanzado a
fondo, sin medias tintas, en una guerra cultural que lo involucra
todo. Una guerra, por supuesto, que no busca ni pide verdades o
principios: una guerra para revertir convicciones y sentimientos, que
se apoya en la fuerza de los medios de comunicación. ¿O acaso la
demonización de la cultura árabe –pueblo que fatalmente habita sobre
grandes reservas de petróleo--, no antecede y acompaña a la guerra de
exterminio que sufren sus estados “desobedientes”? Lanzarse a fondo
significa que esos ideólogos deben repetir sin sonrojos, sin bajar la
mirada, que el Che Guevara, el Guerrillero Heroico, fue un asesino;
que Batista, el asesino, fue en realidad un buen gobernante; que Cuba,
la nación que más vidas ha salvado en el mundo –incluyendo la de sus
enemigos--, disfruta de la muerte.
El gobierno de Obama es un excelente portaaviones para bombarderos
ideológicos: un rostro negro, un perfil intelectual, una sonrisa
seductora. Un enorme y moderno buque que asume poses de crucero, que
finge no atacar: para eso están sus aviones, y los pilotos díscolos
que a veces despegan de noche, mientras el capitán duerme. Lo cierto
es que la ola de irrespetos colectivos que Obama encontró en su
traspatio latinoamericano tras la toma de posesión era tan colosal,
que la guerra no podía de ningún modo resolverse únicamente por la
fuerza. No digo sin la fuerza, digo que no solo por la fuerza. Era
imprescindible un golpe de estado aleccionador --y para ello estaba el
eslabón más débil, Honduras--, pero un golpe que se acompañase de
excusas leguleyas, de trámites burocráticos, de condenas públicas y de
privados apretones de mano. Un nuevo concepto para legitimar
culturalmente ciertos golpes de estado: en lo adelante la democracia
dejará de serlo, si la mayoría del pueblo expresa electoralmente su
inconformidad con una legislación que garantiza los intereses
imperialistas. Y será legítimo el uso de la fuerza, la de los
militares claro, no la del pueblo. A nadie parecen importarle los
líderes sindicales que el gobierno de facto –el que dio el golpe y el
que acaba de auto elegirse en estado de sitio--, asesina todos los
días. Pero los objetivos más importantes de la guerra cultural son
dos: Cuba y Venezuela.

Fue quizás en Trinidad y Tobago donde Obama comprendió que el
prestigio de Cuba era inmenso. Al término de aquella Cumbre en la que
estrenaba su sonrisa, habló de la “utilización” del internacionalismo
médico de la Revolución cubana con supuestos fines propagandísticos.
Sé que ese prestigio es algo que atormenta a los ideólogos de la
derecha, que sueñan con hacer desertar a todos los médicos cubanos. El
País, órgano de la trasnacional PRISA en España, califica a la
izquierda que apoya a Cuba de estalinista y de “nostálgica”. Nuestros
pequeños ideólogos de Miami, México o Barcelona, tratan de dilucidar,
con ínfulas academicistas, las razones de esa simpatía internacional y
organizan cartas de condena que llevan de puerta en puerta. Usan todas
las armas para disuadir a los solidarios; también el chantaje
político, y si es preciso el fusilamiento mediático. La guerra es a
muerte. Los diplomáticos de Estados Unidos y de algunos países
europeos servidores de su política ya no se esconden en Cuba, caminan
sin pudor junto a los disidentes que construyen y pagan. Usurpan los
símbolos de la Revolución, de la izquierda y los rellenan de contenido
contrarrevolucionario: plagian a las Madres de Mayo –a las que siempre
despreciaron y combatieron--, para construir a las Damas de Blanco.
Son ingredientes para un buen cóctel: mujeres dolientes y mujeres
acompañantes, ropa blanca (además de símbolo de paz, en Cuba ese color
adquiere otros significados religiosos, para nada católicos),
gladiolos, y no obstante, misas católicas. Lo que importa es el
encuadre de la cámara. Ponga usted el dibujo, que yo pongo la guerra,
decía Hearst en 1898; construya el set y filme la escena –si usted
prefiere, twitéela--, que yo escribo el guión, dicen ahora.

Demonizar a Cuba. Hacer que los niños de las escuelas españolas
sientan lástima de los niños cubanos, escolarizados, saludables, como
pocos en América Latina. Que los ciudadanos honestos que apenas tienen
tiempo para sobrevivir en medio de una crisis económica que amenaza su
tranquilidad primer-mundista, se compadezcan de los cubanos, más
pobres, es cierto, y sin embargo más protegidos, y pese a todo, más
libres como seres humanos. Que miren a Cuba y se desentiendan de lo
que ocurre en Iraq, o en Palestina, o en América Latina. O en España.
Convertir al ALBA –ese maravilloso sistema de solidaridad entre
pueblos--, en un emporio de oscuros intereses ideológicos. Lo difícil,
sin embargo, es que una operación cultural de carácter mediático pueda
saltarse o revertir la vivencia de cientos de miles de
latinoamericanos, de africanos, de asiáticos, de norteamericanos y de
europeos, que han recibido la solidaridad cubana y venezolana. Lo
difícil, es ocultar el sol con un dedo, aún cuando ese dedo lleve el
anillo imperial.






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